Resulta evidente que el objetivo de esta bitácora es compartir esa serie de accidentes que, a los tumbos, han conformado mi recorrido autoral. O algo así. A la hora de articular este relato, decidí obviar las notas o comentarios que, esporádicamente, se publican en algún medio sobre esos accidentes. En los últimos años he cincelado la convicción de que ese ánimo autocelebratorio, en el mejor de los casos, constituye una herramienta publicitaría bastante ramplona. (Y aparte existe Google; quien quiera tirar de ese hilo, no me necesita). Sin embargo, recientemente me han invitado de Eterna Cadencia a responder un cuestionario, y ese es otro cantar. El formato es sencillo: el medio le envía a distintos autores una batería de preguntas estandarizadas, y cada autor las responde por escrito. Ya en otra oportunidad, desde el sitio literario Cierta Distancia, me habían ofrecido participar en una de estas aventuras. Y me pasa que los cuestionarios me divierten una barbaridad; tanto que hasta los considero un género literario con peso propio. Por supuesto, me encantaría que me llovieran de a decenas, para despuntar el vicio. No dejo de soñar con una edición integrada por cientos de ellos, ahí por los albores de mi vejez. Una proyección de lo acontecido al día de hoy –aún si la elaborara desde el optimismo– arrojaría la conclusión de cuan oportuno sería descartar semejante sueño. Pero yo soy tenaz. A veces, incluso, hasta la idiotez. Como sea, aquí comparto el inicio de mi trayectoria en el género. Deseo, por supuesto, que el futuro engrose la lista.